Canciones en imágenes






Siempre que escucho una canción puedo estar horas pensando que recuerdos me vienen a la mente. Como tratando de encontrar algún momento y ponerle una imagen con música de fondo.
Es como cuando llueve, como ahora por ejemplo, que en vez de salir a mojarme bajo la lluvia me pongo a pensar la cantidad de ropa que tengo para lavar. En este caso la imagen es el tacho del lavadero colmado de mudas sucias.


A todo le ponemos una imagen. Siempre. Es inevitable.
Porque como que es más fácil todo si tenemos una imagen con que recordar el momento, o una persona o un lugar o un perfume.

La maravilla del ser humano hace que a cada situación le pongamos una gráfica particular.

Hoy, llovía muchisimo, y mientras iba al trabajo en el taxi sonaba un tango.
Un tango si. De esos lindos, que te hacen acordar a algo o quizás no te hacen acordar a nada. De esos tangos que hablan de un sufrir, de un extrañar, de un mensaje de alguien que se queja pero lo hacen con tanta poesía, que si te pones a escuchar la letra y no solamente la melodía logran que puedas trasladarte a ese lugar, a ese momento. A ese cantante.
Hasta incluso con un poco de esmero logras imaginar la cara y el pelo y las manos tocando el piano, o el bandoneon.
A mi, me hizo acordar a mi abuelo.
En mi caso, los tangos y la melodía de un bandoneon me recuerdan a mi infancia. A mi abuelo, a Avellaneda. Al barrio. El barrio que me vió crecer, caerme, aprender a andar en bicicleta. Primero con rueditas de refuerzo y luego ya animándome un poco con ayuda, me largué a andar en solamente dos ruedas. Bajar el cordón de la vereda y jugar a correrle carreras al tren que pasaba por la esquina de aquella casa.
Me encantaba ese barrio, era una cortada. La calle era nuestra, no había autos que tocaran bocina, ni colectivos que pararan en la esquina, ni gente que se quejara.
Quizás si la había, pero para nosotros la imagen de esa calle era la tranquilidad adquirida por la crianza añorada que si la gente se quejaba mis oídos no lo percibían.

La música era compañera de nuestras travesuras, mi abuelo, siempre estaba ensayando para su gran Obra. Era profesor de teoría y solfeo. Su abecedario era mucho más nutrido que cualquier letrado y ni siquiera había terminado la escuela primaria.
Que los adornos que los compases que las armonía...nunca supe cual de todas era la mejor, pero siempre se venia una OBRA GRAN. Era un excelente vendedor. Me vendía siempre una canción diferente.
Esta canción era una de tantas. Yo elegí un cantante bastante más moderno.



( Ahora sigan leyendo)

Un día, estabamos en una juguetería, y había un órgano, con millones de teclas y compases e instrumentalmente hablando era PERFECTO. Se sentó en el banquito de 45 cm, porque era para nenes, claro, y comenzó a tocar una melodía. Al día siguiente estaba pidiéndole que me enseñara música y al mes siguiente rompí tanto la paciencia que me terminó regalando un piano eléctrico para que "aprendiera" a leer música. Obviamente, nunca aprendí un coño. Pero lo que nos divertíamos juntos no tenía nombre.





Las canciones que a mi me gustaban claramente nada tenían que ver con la realidad de ese momento. A mi me gustaba Xuxa y Nubeluz, a el Piazzola y Goyeneche. Si fusionamos los dos podríamos haber sacado un nuevo tema de los wachiturros. Pero bueno. La pasábamos mejor que cualquier borrego de hoy en día que se fuma un porro y se cree punk.

Tengo miles de imágenes plasmadas de esa época, y millones de canciones que me vienen a la mente, pero lo que más recuerdo es que en ese barrio, a esas edad y con mi abuelo que me tenía sentada a upa, era todo más simple. Mi única preocupación era si la leche chocolatada tenía suficiente chocolate. O si el vestido que me estaba haciendo mi abuela a mano y máquina era lo suficientemente fuccia.

Hoy llego a la conclusión de que esas canciones hoy se llaman recuerdos.
Recuerdos que tienen una melodía a "gracias" y me las quedo para siempre. Como esos abrazos, que hoy extraño tanto de mis abuelos.


Salud.
Descorche un merlot y me voy a brindar por la sonrisa diaria.




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